29. LIDERAZGOS COOPERANTES
SIN
UNICATOS EXCLUYENTES
En una proyección evolutiva de las
instituciones civiles y sociales bajo el control ciudadano del poder, los
llamados liderazgos únicos son extemporáneos y terminan mal. En rigor, son
unicatos, jefaturas cerradas y aisladas en su círculo incondicional, porque el
verdadero liderazgo, por la complejidad del mundo contemporáneo, demanda
diálogo, apertura y voluntad de concertar con transparencia.
Una decisión manifiesta de acordar
posiciones afines, con la mayor cantidad de fuerzas, sea en un gobierno de
coalición, en un frente nacional o en
una instancia de dialogo y concertación, porque nadie puede conducir solo, ni
tampoco prescindir de ningún sector que quiera participar de la solución de los
problemas pendientes. Éstos necesitan, en el campo político y técnico, el
concurso de conocimientos, habilidades y experiencias diferentes que pueden
complementarse en un plan compartido.
La coordinación requiere paciencia y
humildad, lo contrario de arrogancia y soberbia. Exige construir desde abajo,
no desde arriba, porque en el territorio, que es la raíz de la base social, la
población deja de ser el número anónimo de las estadísticas que se compran y se
venden, para encarnarse en familias con necesidades, esperanzas y sueños. Ésta
es nuestra realidad, que determina la tarea de servicio propia de la verdadera
militancia, superior a la adhesión ocasional, y no sustituible por promotores
publicitarios ni simples “voluntarios”.
Las campañas incorporan ahora
asesores extranjeros como una moda aparente de modernidad. Especialistas que
suelen aportar lo suyo con discreción, sin condicionar sus consejos con la
difusión pública de argumentos reservados. Esto último puede traslucir imágenes
influenciables y volubles de un supuesto liderazgo, lo que no es igual a la
virtud ponderada de una mentalidad flexible.
Junto con la confusión de roles,
corre el concepto de “purismo”, más propio de la ortodoxia ideológica que de la
práctica política. Especialmente en los nuevos partidos, que no nacen de la
nada, sino de dirigentes de orígenes dispares, aglutinados alrededor de un
personaje convocante para una etapa determinada. Este hecho tiene la
posibilidad de abrir expectativas, pero también la limitación de dispersarse
cuando el referente no está o la oportunidad ya pasó. Nuestra historia está
llena de estos partidos fugaces de propiedad personal, que es necesario desarrollar
institucionalmente con formación de
cuadros y organización territorial.
Las grandes estructuras, a pesar de
sus defectos, se sedimentan en eslabonamientos generacionales con tradición de
sus momentos culminantes. Comparten, además, un núcleo de sentimientos y
criterios, en un terreno conocido a través de vivencias intransferibles. Hay
que ser precavidos cuando se pacta con estas formaciones sin compartir cierta
sintonía de política cotidiana, porque la figura convocante puede ser
instrumentada para reposicionar aparatos.
También cabe consignar la ingenuidad
que implica el “triunfalismo”, exhibido por más de un candidato. Porque
considerarse “ganador” antes de tiempo relaja la presencia de los cuadros que
deben trabajar hasta el final. Y, aún la victoria lograda trabajosamente, se
relativiza comparada con el exagerado exitismo de “colaboradores” oportunistas.
Nadie ignora los excesos y argucias
que limitan el ejercicio de la libertad democrática, ni el recelo de fraude que
suele enrarecer la definición electoral. Una situación sensible que nos obliga
a pensar con inteligencia y prudencia: admitiendo con equidad las fallas u
omisiones de todos; y aportar propuestas efectivas para retomar la salud
espiritual imprescindible para las buenas decisiones. [29.9.15]
No hay comentarios:
Publicar un comentario