miércoles, 13 de julio de 2016

29. LIDERAZGOS COOPERANTES SIN UNICATOS EXCLUYENTES



29. LIDERAZGOS COOPERANTES
SIN UNICATOS EXCLUYENTES
                                                                   
En una proyección evolutiva de las instituciones civiles y sociales bajo el control ciudadano del poder, los llamados liderazgos únicos son extemporáneos y terminan mal. En rigor, son unicatos, jefaturas cerradas y aisladas en su círculo incondicional, porque el verdadero liderazgo, por la complejidad del mundo contemporáneo, demanda diálogo, apertura y voluntad de concertar con transparencia.

Una decisión manifiesta de acordar posiciones afines, con la mayor cantidad de fuerzas, sea en un gobierno de coalición,  en un frente nacional o en una instancia de dialogo y concertación, porque nadie puede conducir solo, ni tampoco prescindir de ningún sector que quiera participar de la solución de los problemas pendientes. Éstos necesitan, en el campo político y técnico, el concurso de conocimientos, habilidades y experiencias diferentes que pueden complementarse en un plan compartido.

La coordinación requiere paciencia y humildad, lo contrario de arrogancia y soberbia. Exige construir desde abajo, no desde arriba, porque en el territorio, que es la raíz de la base social, la población deja de ser el número anónimo de las estadísticas que se compran y se venden, para encarnarse en familias con necesidades, esperanzas y sueños. Ésta es nuestra realidad, que determina la tarea de servicio propia de la verdadera militancia, superior a la adhesión ocasional, y no sustituible por promotores publicitarios ni simples “voluntarios”.

Las campañas incorporan ahora asesores extranjeros como una moda aparente de modernidad. Especialistas que suelen aportar lo suyo con discreción, sin condicionar sus consejos con la difusión pública de argumentos reservados. Esto último puede traslucir imágenes influenciables y volubles de un supuesto liderazgo, lo que no es igual a la virtud ponderada de una mentalidad flexible.

Junto con la confusión de roles, corre el concepto de “purismo”, más propio de la ortodoxia ideológica que de la práctica política. Especialmente en los nuevos partidos, que no nacen de la nada, sino de dirigentes de orígenes dispares, aglutinados alrededor de un personaje convocante para una etapa determinada. Este hecho tiene la posibilidad de abrir expectativas, pero también la limitación de dispersarse cuando el referente no está o la oportunidad ya pasó. Nuestra historia está llena de estos partidos fugaces de propiedad personal, que es necesario desarrollar institucionalmente con formación  de cuadros y organización territorial.

Las grandes estructuras, a pesar de sus defectos, se sedimentan en eslabonamientos generacionales con tradición de sus momentos culminantes. Comparten, además, un núcleo de sentimientos y criterios, en un terreno conocido a través de vivencias intransferibles. Hay que ser precavidos cuando se pacta con estas formaciones sin compartir cierta sintonía de política cotidiana, porque la figura convocante puede ser instrumentada para reposicionar aparatos.

También cabe consignar la ingenuidad que implica el “triunfalismo”, exhibido por más de un candidato. Porque considerarse “ganador” antes de tiempo relaja la presencia de los cuadros que deben trabajar hasta el final. Y, aún la victoria lograda trabajosamente, se relativiza comparada con el exagerado exitismo de “colaboradores” oportunistas.

Nadie ignora los excesos y argucias que limitan el ejercicio de la libertad democrática, ni el recelo de fraude que suele enrarecer la definición electoral. Una situación sensible que nos obliga a pensar con inteligencia y prudencia: admitiendo con equidad las fallas u omisiones de todos; y aportar propuestas efectivas para retomar la salud espiritual imprescindible para las buenas decisiones. [29.9.15]


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