lunes, 11 de julio de 2016

9. CRISIS Y CAMBIO DE LA REPRESENTACIÓN DEMOCRÁTICA



9. CRISIS Y CAMBIO DE LA REPRESENTACIÓN DEMOCRÁTICA

Posibilidades y dificultades del liderazgo individual

La representación es el proceso orgánico encargado de establecer una relación sincera y eficaz entre gobernantes y gobernados en un sistema democrático, lo cual implica descartar la indiferencia de los dirigentes y la falta de participación ciudadana. Cuando esto ocurre persistentemente se configura una crisis de representatividad que obliga, tarde o temprano, a actualizar las estructuras y procedimientos políticos, en especial para mejorar los resultados económicos y la distribución social de la riqueza, cuyos graves desequilibrios constituyen el carácter integral de un período álgido.

La democracia no se agota, entonces, en el “estado parlamentario”[1]requiriendo nuevas modalidades más dinámicas de representación social, para no vaciarse de contenidos reales. Las viejas formas políticas llegan así a la encrucijada de la autocrítica, la rendición de cuentas y la adaptación a una etapa distinta, o su extinción como sector dirigente. El horizonte, puede anticiparse, es el de la democracia participativa como alternativa a un desenlace anárquico y su contraparte represiva.

El pasaje a un estadio superior de la democracia, sin embargo, no siempre se opera por una transformación autónoma de las estructuras institucionales; ya que  muchas veces la agudización de la crisis y la ineptitud o deserción de los regimenes partidistas, provocan un vacío político evidente y pronunciado. En tal instancia culminante de la crisis, ese espacio en la cúspide lo llena un liderazgo personal, de naturaleza carismática, que atrae la atención mayoritaria, y establece con ella una comunicación directa y frontal ante la necesidad imperiosa de una credibilidad inicial para romper la inercia decadente.

Este fenómeno simple y a la vez complejo, por los diferentes factores que conjuga, respecto a la representación por delegación de una voluntad masiva, puede ser un medio o un fin en sí mismo; determinando en la primera definición, un punto de inflexión hacia un movimiento nacional con doctrina y formas compatibles: programáticas, organizativas, metodológicas y de conducción descentralizada. Mientras que en su segunda variante, puede deslizarse a una tendencia discrecional con un entorno de asistentes sin juicio propio ni personalidad suficiente. Esta disyuntiva lleva al debate entre la concepción justicialista y la concepción populista que, en nuestro caso, no es para negar validez a otras corrientes políticas que hacen su  propia práctica en países hermanos, sino para afirmar los valores logrados aquí por una larga evolución (elaboración doctrinaria, desarrollo organizativo y formación de cuadros).

El peronismo como superación del populismo

El peronismo es un movimiento con una experiencia original e intensa que resulta difícil encerrar en definiciones rígidas. Sus principales contenidos, que hemos tratado de predicar tantas veces, están inscriptos en su esforzada trayectoria, donde destacan los sentimientos populares proyectados en sus grandes ideales compartidos. Estos fueron formulados en el momento histórico propicio por sus líderes fundantes, y acompañados por pensadores de excelencia[2] que contribuyeron a consolidar la formación de una sólida conciencia nacional aún vigente y perfectible.

Con los aciertos y errores de sus dirigentes posteriores, hoy está presente en el principio o al final de todo debate político; y nadie piensa siquiera que la Argentina sería gobernable sin el peronismo, en algunos de sus matices, y mucho menos en contra del movimiento en su conjunto. Ésta fue la terca realidad donde se estrelló el antiperonismo civil que, incapaz de imaginar siquiera una alternativa superadora, se obstinó en una actitud reactiva que desembocó violentamente en las sucesivas dictaduras militares o mixtas que asolaron al país.

Dado el carácter multitudinario de su fuerza protagónica en la participación social, o en la resistencia popular, hace tiempo que es objeto de una oposición encubierta que trata de “insertarse” por derecha o izquierda para lograr distintos fines. La derecha, con menos argumentos y más oportunismo, aprovechando el punto débil del favoritismo en la cúpula centralizada de todo despliegue político masivo. Y la izquierda, más teórica y discursiva, con un “relato” propio que trata de eludir los verdaderos valores, principios y tradiciones de una construcción nacional que no le corresponde.

El populismo como  regresión en la política argentina

Esto último ha puesto provisoriamente de moda el “populismo”, término que, promediando el siglo XIX, dio nombre a un tipo de socialismo utópico dirigido a la base agraria rusa de entonces, para intentar saltar etapas económicas soslayando la vía del desarrollo capitalista. Paradójicamente, la conducción populista se atribuía a la “intelectualidad revolucionaria”, con sus llamados “ideales morales” y proyectos pequeño-burgueses de producción, todo ello criticado por subjetivista desde la ortodoxia del marxismo[3].

Si esto lo dicen los viejos manuales del PC, es interesante comprobar como su componente elitista se refleja en el hablar contemporáneo, donde el diccionario enciclopédico señala: “el populismo es una ideología que, preconizando su amor al pueblo, pretende resolver sus problemas sin contar con su participación democrática”[4]. Es decir, una forma de manipulación en las antípodas de la democracia integral, constituida sobre la base de los trabajadores organizados y una ciudadanía libre y creativa fiel a sus diferentes idiosincrasias territoriales (provincias y municipios).

El término sirve, además, para encubrir el reciclaje de personajes de pasado antiperonista que, postulando indiscriminadamente “derechos” y no señalando “deberes”, declaman su reedición política como “una etapa superior” del movimiento creado en 1945, esgrimiendo a veces el nombre del último delegado del general Perón[5]. Es un intento engañoso de dejar en el olvido la esencia de una fuerza preponderante, enraizada con la cultura nacional y su verdadera actualización, al ritmo de avance de la conciencia popular argentina. Esta evolución requiere, obviamente, el concurso enriquecedor de todas las ideas partidarias, a condición de sincerar su identidad y finalidad política, en el marco general de una autocrítica dirigente.


La palabra elocuente, no la palabra mágica

La militancia siempre reconoce la importancia persuasiva de la palabra elocuente, que es aquella voz que tiene el don de enunciar ideas-fuerza para la acción. Ella trasmite paralelamente una corriente de valores y sentimientos que motivan la voluntad popular, y ponen en marcha la movilización social que es necesaria para garantizar toda gestión trascendente de gobierno y las medidas transformadoras de una conducción superior sistémica.

Es una directriz central, con un lenguaje apropiado capaz de llegar al alma popular, y que sólo es atributo de algunos dirigentes bien dotados para la prédica. Pero su contenido no es improvisado ni irreflexivo, ya que cultiva una coherencia sinérgica que suma, al contenido conceptual seleccionado para cada tema, el rol imprescindible de la organización política y de las estructuras de encuadramiento  desplegadas en el espacio administrativo y territorial.

Por lo tanto, no presupone que aquello que se dice como discurso se cumpla “mágicamente”, por el mero sortilegio de las palabras de impacto; ni tampoco que la argumentación de fondo pueda sustituir la emoción que enfatizaba Evita. La lógica del mensaje justicialista, pues, incluye estos dos componentes vitales (inteligencia y sentimiento), y recusa la saturación de consignas de los aparatos de propaganda y publicidad, proclives a cansar por su estilo monocorde después de un tiempo prudencial.


En conducción la única libertad es la responsabilidad

Perón que con gran sabiduría solía ironizar sobre el poder mediático, decía que cuando tuvo toda la prensa a su favor fue derrocado; y que cuando la tuvo en contra retornó a la patria y triunfó por la mayoría electoral más amplia de la historia (62%). De igual manera, afirmaba que en los discursos públicos había que hablar “mucho de las cosas, poco de lo otros y casi nada de uno mismo”.

Valga este recuerdo para algunos malos “asesores de imagen”, de los que abundan por igual en el oficialismo y en la oposición, abusando de la “videopolítica” y del “teleliderazgo”, como mecanismos caros en lo presupuestario y frágiles en la política concreta. Se trata en cambio de percibir la realidad que es la única verdad, y de organizar el país para superar las crisis y vencer al tiempo: única forma de defender lo que se ha logrado con sólidas políticas de estado y no facilitar el péndulo eventual hacia políticas antipopulares.

La culminación de la vida está en realizar la propia elección, y en ese trance los dirigentes políticos debemos comprender que la única libertad que prevalece en el ejercicio de la conducción es la responsabilidad. Ella es una virtud indispensable para la esperanza de los pueblos, que suelen atravesar la densidad del tiempo, con todas sus manifestaciones históricas de prueba, sabiendo que el verdadero poder está en el compartir armónico de la comunidad. ( 26.3.12)






[1] Norberto Bobbio, “El futuro de la democracia”, 1992
[2]Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Juan José Hernández Arregui, José María Rosa, Fermín Chávez,  Rodolfo Puiggrós, César Marcos …
[3] Diccionario filosófico dirigido por M. M. Rosental-Ed. PueblosUnidos, 1980.                                       

[4] Diccionario enciclopédico dirigido por Jaume Colás Gil- Vox Biblograf, 1995.

[5] Sobre la figura y trayectoria de Héctor J. Cámpora ver “Mi encuentro con Perón: Memorias e ideales” Julián Licastro. Ed. Lumier,2008. Igualmente declaraciones del Embajador Mario Cámpora, quien fuera un excelente Secretario General de la Presidencia en 1973.

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