9. CRISIS Y CAMBIO DE LA REPRESENTACIÓN DEMOCRÁTICA
Posibilidades y dificultades del liderazgo individual
La representación es el proceso orgánico encargado de
establecer una relación sincera y eficaz entre gobernantes y gobernados en un
sistema democrático, lo cual implica descartar la indiferencia de los
dirigentes y la falta de participación ciudadana. Cuando esto ocurre
persistentemente se configura una crisis de representatividad que obliga, tarde
o temprano, a actualizar las estructuras y procedimientos políticos, en
especial para mejorar los resultados económicos y la distribución social de la
riqueza, cuyos graves desequilibrios constituyen el carácter integral de un
período álgido.
La democracia no se agota, entonces, en el “estado
parlamentario”[1]requiriendo
nuevas modalidades más dinámicas de representación social, para no vaciarse de
contenidos reales. Las viejas formas políticas llegan así a la encrucijada de
la autocrítica, la rendición de cuentas y la adaptación a una etapa distinta, o
su extinción como sector dirigente. El horizonte, puede anticiparse, es el de
la democracia participativa como alternativa a un desenlace anárquico y su
contraparte represiva.
El pasaje a un estadio superior de la democracia, sin
embargo, no siempre se opera por una transformación autónoma de las estructuras
institucionales; ya que muchas veces la
agudización de la crisis y la ineptitud o deserción de los regimenes
partidistas, provocan un vacío político evidente y pronunciado. En tal
instancia culminante de la crisis, ese espacio en la cúspide lo llena un
liderazgo personal, de naturaleza carismática, que atrae la atención
mayoritaria, y establece con ella una comunicación directa y frontal ante la
necesidad imperiosa de una credibilidad inicial para romper la inercia
decadente.
Este fenómeno simple y a la vez complejo, por los
diferentes factores que conjuga, respecto a la representación por delegación de
una voluntad masiva, puede ser un medio o un fin en sí mismo; determinando en
la primera definición, un punto de inflexión hacia un movimiento nacional con
doctrina y formas compatibles: programáticas, organizativas, metodológicas y de
conducción descentralizada. Mientras que en su segunda variante, puede
deslizarse a una tendencia discrecional con un entorno de asistentes sin juicio
propio ni personalidad suficiente. Esta disyuntiva lleva al debate entre la
concepción justicialista y la concepción populista que, en nuestro caso, no es
para negar validez a otras corrientes políticas que hacen su propia práctica en países hermanos, sino para
afirmar los valores logrados aquí por una larga evolución (elaboración
doctrinaria, desarrollo organizativo y formación de cuadros).
El peronismo como superación
del populismo
El peronismo es un movimiento con una experiencia
original e intensa que resulta difícil encerrar en definiciones rígidas. Sus
principales contenidos, que hemos tratado de predicar tantas veces, están
inscriptos en su esforzada trayectoria, donde destacan los sentimientos
populares proyectados en sus grandes ideales compartidos. Estos fueron
formulados en el momento histórico propicio por sus líderes fundantes, y
acompañados por pensadores de excelencia[2]
que contribuyeron a consolidar la formación de una sólida conciencia nacional
aún vigente y perfectible.
Con los aciertos y errores de sus dirigentes
posteriores, hoy está presente en el principio o al final de todo debate
político; y nadie piensa siquiera que la Argentina sería gobernable sin el peronismo, en
algunos de sus matices, y mucho menos en contra del movimiento en su conjunto. Ésta
fue la terca realidad donde se estrelló el antiperonismo civil que, incapaz de
imaginar siquiera una alternativa superadora, se obstinó en una actitud
reactiva que desembocó violentamente en las sucesivas dictaduras militares o
mixtas que asolaron al país.
Dado el carácter multitudinario de su fuerza
protagónica en la participación social, o en la resistencia popular, hace
tiempo que es objeto de una oposición encubierta que trata de “insertarse” por
derecha o izquierda para lograr distintos fines. La derecha, con menos
argumentos y más oportunismo, aprovechando el punto débil del favoritismo en la
cúpula centralizada de todo despliegue político masivo. Y la izquierda, más
teórica y discursiva, con un “relato” propio que trata de eludir los verdaderos
valores, principios y tradiciones de una construcción nacional que no le
corresponde.
El populismo como regresión en la política argentina
Esto último ha puesto provisoriamente de moda el
“populismo”, término que, promediando el siglo XIX, dio nombre a un tipo de
socialismo utópico dirigido a la base agraria rusa de entonces, para intentar
saltar etapas económicas soslayando la vía del desarrollo capitalista.
Paradójicamente, la conducción populista se atribuía a la “intelectualidad
revolucionaria”, con sus llamados “ideales morales” y proyectos
pequeño-burgueses de producción, todo ello criticado por subjetivista desde la
ortodoxia del marxismo[3].
Si esto lo dicen los viejos manuales del PC, es
interesante comprobar como su componente elitista se refleja en el hablar contemporáneo,
donde el diccionario enciclopédico señala: “el populismo es una ideología que,
preconizando su amor al pueblo, pretende resolver sus problemas sin contar con
su participación democrática”[4].
Es decir, una forma de manipulación en las antípodas de la democracia integral,
constituida sobre la base de los trabajadores organizados y una ciudadanía
libre y creativa fiel a sus diferentes idiosincrasias territoriales (provincias
y municipios).
El término sirve, además, para encubrir el reciclaje
de personajes de pasado antiperonista que, postulando indiscriminadamente
“derechos” y no señalando “deberes”, declaman su reedición política como “una
etapa superior” del movimiento creado en 1945, esgrimiendo a veces el nombre
del último delegado del general Perón[5].
Es un intento engañoso de dejar en el olvido la esencia de una fuerza
preponderante, enraizada con la cultura nacional y su verdadera actualización,
al ritmo de avance de la conciencia popular argentina. Esta evolución requiere,
obviamente, el concurso enriquecedor de todas las ideas partidarias, a
condición de sincerar su identidad y finalidad política, en el marco general de
una autocrítica dirigente.
La palabra elocuente, no la
palabra mágica
La militancia siempre reconoce la importancia
persuasiva de la palabra elocuente, que es aquella voz que tiene el don de
enunciar ideas-fuerza para la acción. Ella trasmite paralelamente una corriente
de valores y sentimientos que motivan la voluntad popular, y ponen en marcha la
movilización social que es necesaria para garantizar toda gestión trascendente
de gobierno y las medidas transformadoras de una conducción superior sistémica.
Es una directriz central, con un lenguaje apropiado
capaz de llegar al alma popular, y que sólo es atributo de algunos dirigentes
bien dotados para la prédica. Pero su contenido no es improvisado ni
irreflexivo, ya que cultiva una coherencia sinérgica que suma, al contenido
conceptual seleccionado para cada tema, el rol imprescindible de la
organización política y de las estructuras de encuadramiento desplegadas en el espacio administrativo y
territorial.
Por lo tanto, no presupone que aquello que se dice
como discurso se cumpla “mágicamente”, por el mero sortilegio de las palabras
de impacto; ni tampoco que la argumentación de fondo pueda sustituir la emoción
que enfatizaba Evita. La lógica del mensaje justicialista, pues, incluye estos
dos componentes vitales (inteligencia y sentimiento), y recusa la saturación de
consignas de los aparatos de propaganda y publicidad, proclives a cansar por su
estilo monocorde después de un tiempo prudencial.
En conducción la única
libertad es la responsabilidad
Perón que con gran sabiduría solía ironizar sobre el
poder mediático, decía que cuando tuvo toda la prensa a su favor fue derrocado;
y que cuando la tuvo en contra retornó a la patria y triunfó por la mayoría
electoral más amplia de la historia (62%). De igual manera, afirmaba que en los
discursos públicos había que hablar “mucho de las cosas, poco de lo otros y
casi nada de uno mismo”.
Valga este recuerdo para algunos malos “asesores de
imagen”, de los que abundan por igual en el oficialismo y en la oposición, abusando
de la “videopolítica” y del “teleliderazgo”, como mecanismos caros en lo
presupuestario y frágiles en la política concreta. Se trata en cambio de
percibir la realidad que es la única verdad, y de organizar el país para
superar las crisis y vencer al tiempo: única forma de defender lo que se ha logrado
con sólidas políticas de estado y no facilitar el péndulo eventual hacia
políticas antipopulares.
La culminación de la vida está en realizar la propia
elección, y en ese trance los dirigentes políticos debemos comprender que la
única libertad que prevalece en el ejercicio de la conducción es la
responsabilidad. Ella es una virtud indispensable para la esperanza de los
pueblos, que suelen atravesar la densidad del tiempo, con todas sus
manifestaciones históricas de prueba, sabiendo que el verdadero poder está en
el compartir armónico de la comunidad. ( 26.3.12)
[1] Norberto Bobbio, “El futuro
de la democracia”, 1992
[2]Arturo Jauretche, Raúl
Scalabrini Ortiz, Juan José Hernández Arregui, José María Rosa, Fermín Chávez, Rodolfo Puiggrós, César Marcos …
[3] Diccionario
filosófico dirigido por M. M. Rosental-Ed. PueblosUnidos, 1980.
[4] Diccionario
enciclopédico dirigido por Jaume Colás Gil- Vox Biblograf, 1995.
[5] Sobre la figura y
trayectoria de Héctor J. Cámpora ver “Mi encuentro con Perón: Memorias e ideales”
Julián Licastro. Ed. Lumier,2008. Igualmente declaraciones del Embajador Mario
Cámpora, quien fuera un excelente Secretario General de la Presidencia en 1973.
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