16. EL
SER NACIONAL EN UNA NUEVA ESCENA GEOPOLÍTICA
Una nueva escena geopolítica
se perfila en el mundo a partir del plebiscito por la salida británica de la Unión Europea (UE); y los
hechos conexos antes, durante y después de esta decisión inédita. La situación,
con semejanzas en varios países, es de tal complejidad política, económica y
social, que no cabe simplificarla para consumo mediático, ni analizarla desde
las tendencias sesgadas de la prensa internacional.
La perspectiva de una tercera
posición actualizada debe nacer de un pensar estratégico “situado” en nuestra
realidad para servir a intereses permanentes, por sobre los alineamientos
cambiantes de la diplomacia. La condición para actuar, más allá de la opinión
ideológica y la retórica de los “especialistas”, es asumir el planteo de una
unión nacional con la mayor definición posible, dentro de los márgenes
prudentes del sistema democrático actual.
Este criterio tiene en cuenta
que todo cambio profundo, en uno u otro sentido, genera inicialmente más
incertidumbre que certeza y más problemas que soluciones. Luego, la “unidad de
acción” propia es fundamental para navegar la transición entre dos
ordenamientos contrapuestos. Principio de unión y convicción a lograr en tres
planos confluyentes: el consenso de la comunidad nacional; la cohesión
operativa del Estado y la concertación de las fuerzas productivas.
La
comunidad nacional, sujeto histórico
Nuestra doctrina previó la
evolución del nacionalismo al continentalismo y de éste al universalismo. En
tal aspecto, ya en 1953 propuso la integración de Sudamérica en el proyecto ABC
(Argentina, Brasil y Chile) con los grandes estadistas Perón, Vargas e Ibañez. De
igual modo, en 1957, con los Tratados de Roma, celebró como propia la
iniciativa de nuclear a Europa a partir de la Francia de De Gaulle, la Alemania de Adenauer y la Italia de De Gasperi,
ejemplo también de un estadismo superador basado en la política.
Ambas alianzas, fundadas en
una coincidencia cultural de valores, orientaba la integración económica, y
fortalecían a los Estados nacionales con la coordinación de una política
exterior protagónica, válida para planificar en conjunto frente a los imperios
contemporáneos (Washington y Moscú). Lamentablemente, esta concepción superior
fue involucionando por efectos de una globalización asimétrica, manejada
crecientemente por las corporaciones transnacionales.
En el caso europeo, más allá
de una suma indiscriminada de países dispares, en su conformación interna y en
la calidad de su nivel dirigente, los Estados nacionales fueron debilitando su
rol histórico y desvaneciendo sus fronteras, a favor de una tecnocracia ubicada
en el laberinto de Bruselas, como sede burocrática de la
Unión. El resultado fue el copamiento de
este gran espacio geoeconómico por las estructuras arbitrarias de lo que Juan
Pablo II llamó “capitalismo salvaje” por su falta de reglas equitativas y
codicia desmedida.
Este verdadero líder
espiritual vio con claridad el significado de la implosión soviética en 1991,
por haber instrumentado un “capitalismo de Estado” de carácter totalitario. El
remedio stalinista resultó peor que la enfermedad, pero no exculpó al
neoliberalismo de su especulación destructiva del hombre y la naturaleza.
Dentro de esta sencilla explicación, el pueblo inglés optó ahora por recuperar
su protagonismo ciudadano, aún a expensas del viejo imperio, cada vez más
oneroso, y en prolongada decadencia desde la
II Guerra Mundial.
El llamado “Brexit” viene a
cuestionar así los procesos de convergencia económica funcionales a las
corporaciones, que cargan a la cuenta de la sociedad los costos crecientes de
su defensa política y militar. Por otro lado, al separar a los países
continentales del Reino Unido, dificulta el respaldo de las pretensiones de
conservar sus enclaves de ultramar. Por ende, la protección jurídica de la UE al estatus de Malvinas
decrece, facilitando la exigencia argentina de tratar sobre la soberanía de
tierras y mares australes de incalculable valor estratégico.
El
Estado nacional, sujeto jurídico
En el plano jurídico-político
las consecuencias se proyectan a las corrientes independentistas,
aislacionistas o segregacionistas, no sólo de Inglaterra, sino de otros países
europeos, y potencia los movimientos antisistema como se dan en Francia, Austria,
Italia, Grecia, y aún Estados Unidos.
La lección más importante de
esta conmoción, incluso para Alemania, el país más afectado por el Brexit, es
evitar el efecto dominó, volviendo del “mundialismo” y la “globalización” a
posiciones “internacionales”. No es un simple juego de palabras, porque en este
regreso a las fuentes de la verdadera integración se trata de recuperar
directamente las políticas activas de cada país, con las virtudes del
equilibrio, la eficacia y la negociación soberana entre pares.
La finalidad implícita es
contener los excesos de la plutocracia financiera, que no globaliza las
ganancias sino sólo las pérdidas, contra el derecho de los pueblos, de todos
los pueblos, al desarrollo. Esta necesidad impulsa la reforma del Estado para
abrirlo a la participación de la sociedad, desechando las estructuras cerradas
sobre sí mismas y su tentación autoritaria. De este modo, fortaleciendo un
sistema institucional renovado y ágil, y desplegando una visión compartida del
desarrollo regional, recuperaremos nuestra identidad en política exterior y
practicaremos una diplomacia concertada con objetivos coherentes.
La relación de Sudamérica con
la Unión Europea
también puede beneficiarse del Brexit, disminuyendo la excesiva presión
extracontinental, en la oportunidad precisa en que se está negociando un
tratado de libre comercio. En particular, si recordamos que este tipo de
“libertad” económica es obviamente más útil a los países desarrollados y a las
corporaciones supranacionales que desembarcan con ellos.
La
concertación productiva, el sujeto social
En el dilema de expectativas
y posibilidades, la nueva escena geopolítica puede significar, en lo inmediato,
un marco económico más difícil. El valor de nuestras exportaciones podría
disminuir, y las tendencias inversionistas postergarse; ya que lo deseable es
el “estímulo” económico real, y no el “rescate” falaz de la usura financiera.
Ocasión propicia desde la conducción política, no desde la ignorancia de la
“pospolítica”, para convertir la adversidad en acicate de la conciencia
colectiva para mejorar la práctica social interna.
Se impone organizar el
diálogo y llevarlo a la gran mesa de la concertación, para no repetir la
“guerra” interna de precios y salarios que provocó tantos problemas en los
sucesivos cambios de la coyuntura internacional y su inercia de arrastre. La
paz interna es siempre un recurso estratégico, más notable todavía cuando hay
que superar la crisis heredada de un régimen venal de distribución clientelista
y despilfarro de recursos.
La máxima responsabilidad es
política, no técnica; axioma primordial para comprender la crisis terminal de
la cultura especulativa y consumista por su pérdida absoluta de valores éticos
y morales. Revertir esta crisis implica hablar menos de la “economía política”,
con visos de exactitud científica para captar ingenuos; y hablar más de
“política económica” correcta para la realización nacional. Ella comprende
reformas concretas en los sistemas organizativos, tributarios y de innovación
tecnológica, entre otros aspectos, para definir una personalidad de país con
carácter propio y peso regional. [27.6.16]
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Para ampliar
el análisis de los procesos del mundialismo económico y la globalización tecnocrática,
se puede consultar la obra “Europeos y americanos: conflictos y armonías” de
Víctor Dante Aloé, Editorial Dunken, Buenos Aires, 2015.
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