lunes, 4 de julio de 2016

16. EL SER NACIONAL EN UNA NUEVA ESCENA GEOPOLÍTICA



16. EL SER NACIONAL EN UNA NUEVA ESCENA GEOPOLÍTICA


Una nueva escena geopolítica se perfila en el mundo a partir del plebiscito por la salida británica de la Unión Europea (UE); y los hechos conexos antes, durante y después de esta decisión inédita. La situación, con semejanzas en varios países, es de tal complejidad política, económica y social, que no cabe simplificarla para consumo mediático, ni analizarla desde las tendencias sesgadas de la prensa internacional.

La perspectiva de una tercera posición actualizada debe nacer de un pensar estratégico “situado” en nuestra realidad para servir a intereses permanentes, por sobre los alineamientos cambiantes de la diplomacia. La condición para actuar, más allá de la opinión ideológica y la retórica de los “especialistas”, es asumir el planteo de una unión nacional con la mayor definición posible, dentro de los márgenes prudentes del sistema democrático actual.

Este criterio tiene en cuenta que todo cambio profundo, en uno u otro sentido, genera inicialmente más incertidumbre que certeza y más problemas que soluciones. Luego, la “unidad de acción” propia es fundamental para navegar la transición entre dos ordenamientos contrapuestos. Principio de unión y convicción a lograr en tres planos confluyentes: el consenso de la comunidad nacional; la cohesión operativa del Estado y la concertación de las fuerzas productivas.

La comunidad nacional, sujeto histórico

Nuestra doctrina previó la evolución del nacionalismo al continentalismo y de éste al universalismo. En tal aspecto, ya en 1953 propuso la integración de Sudamérica en el proyecto ABC (Argentina, Brasil y Chile) con los grandes estadistas Perón, Vargas e Ibañez. De igual modo, en 1957, con los Tratados de Roma, celebró como propia la iniciativa de nuclear a Europa a partir de la Francia de De Gaulle, la Alemania de Adenauer y la Italia de De Gasperi, ejemplo también de un estadismo superador basado en la política.

Ambas alianzas, fundadas en una coincidencia cultural de valores, orientaba la integración económica, y fortalecían a los Estados nacionales con la coordinación de una política exterior protagónica, válida para planificar en conjunto frente a los imperios contemporáneos (Washington y Moscú). Lamentablemente, esta concepción superior fue involucionando por efectos de una globalización asimétrica, manejada crecientemente por las corporaciones transnacionales.

En el caso europeo, más allá de una suma indiscriminada de países dispares, en su conformación interna y en la calidad de su nivel dirigente, los Estados nacionales fueron debilitando su rol histórico y desvaneciendo sus fronteras, a favor de una tecnocracia ubicada en el laberinto de Bruselas, como sede burocrática de la Unión. El resultado fue el copamiento de este gran espacio geoeconómico por las estructuras arbitrarias de lo que Juan Pablo II llamó “capitalismo salvaje” por su falta de reglas equitativas y codicia desmedida.

Este verdadero líder espiritual vio con claridad el significado de la implosión soviética en 1991, por haber instrumentado un “capitalismo de Estado” de carácter totalitario. El remedio stalinista resultó peor que la enfermedad, pero no exculpó al neoliberalismo de su especulación destructiva del hombre y la naturaleza. Dentro de esta sencilla explicación, el pueblo inglés optó ahora por recuperar su protagonismo ciudadano, aún a expensas del viejo imperio, cada vez más oneroso, y en prolongada decadencia desde la II Guerra Mundial.

El llamado “Brexit” viene a cuestionar así los procesos de convergencia económica funcionales a las corporaciones, que cargan a la cuenta de la sociedad los costos crecientes de su defensa política y militar. Por otro lado, al separar a los países continentales del Reino Unido, dificulta el respaldo de las pretensiones de conservar sus enclaves de ultramar. Por ende, la protección jurídica de la UE al estatus de Malvinas decrece, facilitando la exigencia argentina de tratar sobre la soberanía de tierras y mares australes de incalculable valor estratégico.

El Estado nacional, sujeto jurídico

En el plano jurídico-político las consecuencias se proyectan a las corrientes independentistas, aislacionistas o segregacionistas, no sólo de Inglaterra, sino de otros países europeos, y potencia los movimientos antisistema como se dan en Francia, Austria, Italia, Grecia, y aún Estados Unidos.

La lección más importante de esta conmoción, incluso para Alemania, el país más afectado por el Brexit, es evitar el efecto dominó, volviendo del “mundialismo” y la “globalización” a posiciones “internacionales”. No es un simple juego de palabras, porque en este regreso a las fuentes de la verdadera integración se trata de recuperar directamente las políticas activas de cada país, con las virtudes del equilibrio, la eficacia y la negociación soberana entre pares.

La finalidad implícita es contener los excesos de la plutocracia financiera, que no globaliza las ganancias sino sólo las pérdidas, contra el derecho de los pueblos, de todos los pueblos, al desarrollo. Esta necesidad impulsa la reforma del Estado para abrirlo a la participación de la sociedad, desechando las estructuras cerradas sobre sí mismas y su tentación autoritaria. De este modo, fortaleciendo un sistema institucional renovado y ágil, y desplegando una visión compartida del desarrollo regional, recuperaremos nuestra identidad en política exterior y practicaremos una diplomacia concertada con objetivos coherentes.

La relación de Sudamérica con la Unión Europea también puede beneficiarse del Brexit, disminuyendo la excesiva presión extracontinental, en la oportunidad precisa en que se está negociando un tratado de libre comercio. En particular, si recordamos que este tipo de “libertad” económica es obviamente más útil a los países desarrollados y a las corporaciones supranacionales que desembarcan con ellos.

La concertación productiva, el sujeto social

En el dilema de expectativas y posibilidades, la nueva escena geopolítica puede significar, en lo inmediato, un marco económico más difícil. El valor de nuestras exportaciones podría disminuir, y las tendencias inversionistas postergarse; ya que lo deseable es el “estímulo” económico real, y no el “rescate” falaz de la usura financiera. Ocasión propicia desde la conducción política, no desde la ignorancia de la “pospolítica”, para convertir la adversidad en acicate de la conciencia colectiva para mejorar la práctica social interna.

Se impone organizar el diálogo y llevarlo a la gran mesa de la concertación, para no repetir la “guerra” interna de precios y salarios que provocó tantos problemas en los sucesivos cambios de la coyuntura internacional y su inercia de arrastre. La paz interna es siempre un recurso estratégico, más notable todavía cuando hay que superar la crisis heredada de un régimen venal de distribución clientelista y despilfarro de recursos.

La máxima responsabilidad es política, no técnica; axioma primordial para comprender la crisis terminal de la cultura especulativa y consumista por su pérdida absoluta de valores éticos y morales. Revertir esta crisis implica hablar menos de la “economía política”, con visos de exactitud científica para captar ingenuos; y hablar más de “política económica” correcta para la realización nacional. Ella comprende reformas concretas en los sistemas organizativos, tributarios y de innovación tecnológica, entre otros aspectos, para definir una personalidad de país con carácter propio y peso regional. [27.6.16]


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Para ampliar el análisis de los procesos del mundialismo económico y la globalización tecnocrática, se puede consultar la obra “Europeos y americanos: conflictos y armonías” de Víctor Dante Aloé, Editorial Dunken, Buenos Aires, 2015.




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