17. PROTEGER NUESTROS VALORES ESENCIALES
EN LOS TRATADOS INTERNACIONALES
Avanzando en el
análisis de la nueva escena geopolítica expuesta por el Brexit, digamos que ha
evidenciado el nivel de descontrol económico global que afecta gravemente la
vida cotidiana de las personas y la existencia jurídica de las naciones.
Reflexionando desde las categorías de una interpretación doctrinaria, no
improvisada, es posible percibir que estamos en un punto de saturación de todo
el sistema, que ataca particularmente a la cultura del trabajo y a las
relaciones de solidaridad con los sectores populares postergados. Es, en rigor,
una crisis de subsistencia ante el juego de ambiciones de los poderosos y su
irradiación negativa generalizada.
En principio, dos
estrategias contrapuestas pugnan en el seno de la Unión Europea (UE): la Alemania continentalista
dirigida a la producción de bienes para la economía real; y la Inglaterra insular
beneficiaria de la reproducción especulativa del capital por la expansión de
sus servicios financieros. Londres, que es la segunda plaza financiera después
de Nueva York, aspira a convertirse en el más grande paraíso fiscal del mundo,
refugiando a los capitales sospechados de evasión y lavado, fuera de las nuevas
regulaciones de la Organización
para la Cooperación
y el Desarrollo Económico (OCDE).
Ambos modelos de
acumulación convivieron, con sus diferencias, en la etapa que ahora se cierra,
aprovechando la integración de grandes espacios económicos promovida por el
esfuerzo y la esperanza de los pueblos de postguerra. Pero este proceso fue
cediendo protagonismo a las corporaciones a expensas de la soberanía de los
Estados y su agenda de objetivos nacionales. De este modo, diseños tecnocráticos
fueron interfiriendo decisiones vitales, y provocando el “euroescepticismo” de
la sociedad.
Una agenda exterior con predominio del interés nacional
La matriz original
de la unión cultural, y luego económica, con el predominio de las comunidades
nacionales y sus respectivas formas jurídicas, terminó por declinar. Y fue
sustituido por burocracias supranacionales, en el marco de disfunciones
productivas, migraciones traumáticas, y rivalidades étnicas. El resultado
concreto significó el desequilibrio de las sociedades involucradas, con ricos
cada vez más ricos y pérdida de la capacidad adquisitiva relativa de la mayoría
de la población.
Paralelamente, la
innovación tecnológica se automatizó en exceso, disminuyendo el estímulo a una
mayor creatividad, y a una mejor calidad en la capacitación. La producción,
siguiendo la inercia de la mayor ganancia se concentró en los sectores
pudientes, aunque minoritarios, descuidando la norma fundamental de
satisfacer suficientemente al gran
mercado interno. La conclusión representó el trastorno de la cohesión
territorial; el quiebre de muchas economías regionales, y la baja en el producto bruto interno (PBI).
Esta secuencia
prolongada de frustraciones convirtió el futuro de esperanza en amenaza;
advirtiendo, vía la crisis monetaria y el refugio en el oro, el presagio de
tiempo difíciles. Un horizonte de convulsiones
sociales e incluso bélicas, con el agregado creciente de posiciones extremas
y el avance de corrientes antisistema. Todo lo cual configura una situación
compleja de riesgo integral, con secuelas conflictivas en lo cultural,
religioso y geopolítico.
Participar de todos los tratados funcionales a nuestro desarrollo
En este plano de
incertidumbre por el posible decrecimiento del intercambio mundial, con caída
de los precios de las materias primas y menor flujo de inversiones, se operan
las relaciones de integración en nuestro propio continente, y los vínculos con
EE.UU. y Europa. Vínculos que tradicionalmente han beneficiado al norte
desarrollado respecto a los países emergentes, sea en el orden bilateral o
regionalizado. Razón de más para negociar con habilidad y unidad, a efectos que
los llamados “Tratados de libre comercio” no oxigenen asimétricamente a un
sector de esta atmósfera enrarecida.
En cuanto al
Mercosur, sin caer en las falsas antinomias de optar por uno u otro acuerdo,
debe refundarse sobre bases actualizadas, más abarcativas, sinceras y ágiles.
Al margen, obviamente, de la decantación de los hechos producidos en Brasil y
Venezuela; en el final de un ciclo “populista”, no popular. Porque el populismo
postuló un exceso de retórica “izquierdista”, desmentida por una ineficacia
crónica para establecer la plataforma
permanente de un despegue autosostenido en la educación, la producción y el
trabajo.
Por su lado, la Alianza del Pacífico
comprende a la otra parte de los países de América Latina, con nuestra misma
raíz cultural e histórica. Es el panorama que nos invita a constituir un
espacio propicio de unión y consolidación continental. Nuestro primer gran intento,
el ABC, ya reunía la fuerza bioceánica del Atlántico y el Pacifico, ubicando la
posición triangular del espacio territorial argentino, apoyada en el polo sur,
como proyección abierta a la patria grande. Rol insoslayable que no es sólo
económico, sino también estratégico, porque define la zona de paz y la defensa
conjunta de nuestra integridad.
El reflejo
institucional de un mundo atravesado por movimientos económicos y políticos
sísmicos, incluye el alerta a las convulsiones sociales; la violencia en sus
diversas manifestaciones; y la irrupción de tendencias agresivas y autoritarias
que pueden complicar la historia; si no aprendemos sus
lecciones.
Nuestra
colaboración, no desdeñable aún en el juego mayor, dada nuestra condición de
gran reserva alimentaria y acuífera, exige la reasunción histórica de la
voluntad nacional retemplada en el bicentenario; la recuperación plena de las
funciones conductoras del estadismo; y la planificación como guía del país que
queremos construir entre todos. Esta directriz debe orientar a las empresas que
desean invertir en nuestro desarrollo, sin las actitudes anacrónicas que,
precisamente, están ocasionando el descontrol actual.
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