14. LA EQUIDAD SOCIAL EN LA DEMOCRACIA ECONÓMICA
Un hecho clave en la
formación de la conciencia nacional
El 17 de octubre de 1945 significa el hecho social más
importante de nuestra historia, cuya trascendencia surge de acumular las luchas
precursoras por la libertad y la justicia, y potenciarlas en una nueva
categoría doctrinaria y política, sin parangón en la formación de la conciencia
nacional. Movilización multitudinaria, de dimensión territorial, espontánea e
inédita que, en la contundencia propia de su gran masividad, inhibió de raíz la
represión violenta, constituyendo una gesta a la vez pacífica y revolucionaria.
En su crisol se unieron indisolublemente fuertes
corrientes de las tradiciones épicas de todas las ideas políticas: el
socialismo y su vanguardia en los reclamos de justicia social; el anarquismo y
su gestación del primer sindicalismo; el yrigoyenismo y su intransigencia por
las libertades civiles; el nacionalismo y su defensa de la soberanía argentina.
Todas ellas tuvieron que decidir su destino ante la conjunción peronista. El
socialismo, entre la vía partidocrática o la integración al movimiento popular.
El anarquismo, entre un sindicalismo contra el estado o su concertación para el
desarrollo nacional y social. El radicalismo, entre la Unión Democrática
o su confluencia con el aporte de los contingentes obreros. El nacionalismo,
entre su versión reaccionaria o el campo de la liberación.
El rescate del mayo de Moreno; el revisionismo
histórico de Rosas y los caudillos federales; la reforma universitaria nacida
en Córdoba; el movimiento latinoamericanista de Ugarte; el neutralismo de
Yrigoyen; el laborismo del gremialismo incipiente. Todos estos contenidos
estuvieron allí presentes con sus hechos, ideas, bases y dirigentes; cuyos
nombres y acciones concretas verifican la existencia de un consenso amplio y
elocuente que aún mantiene su vigencia substancial, más allá de sus matices y
variantes comiciales.
El valor de la unidad de
pensamiento y de acción
Muchas veces, ante las instancias álgidas de nuestra
trayectoria semicolonial, el país hubo de polarizarse y dividirse, a veces por
mitades, en número y fervor partidario, pero con la diferencia de una unidad
constante de conducción sólo lograda por el movimiento. Fenómeno estratégico
que excede el cálculo supuestamente “intelectual” de muchos ideólogos y
“analistas” sociológicos o mediáticos. Esto confirma el liderazgo indiscutido
de Perón, cuya figura de estadista no puede desvincularse de aquella jornada
memorable, ni del logro palpable de los derechos sociales conquistados de una
vez y para siempre.
El pueblo tomó su nombre como bandera para asumir por
sí el rol protagónico más claro y visible de una larga epopeya, y esta vez fue
custodiado por la línea nacional del ejército de San Martín y Dorrego,
invirtiendo el carácter represor que, antes y después, le asignó la oligarquía
obediente a las metrópolis dominantes. Protagonismo crucial que, en el marco de
un cambio drástico del orden internacional por la II Guerra Mundial,
combinó la reforma militar de 1943, la movilización social del campo y la
ciudad de 1945, y la profunda renovación institucional de 1946, con las
elecciones más libres de nuestra vida republicana.
Nació así la teoría y la praxis de la comunidad
organizada, para la realización armónica de la persona humana y de la sociedad;
donde la libertad e iniciativa individual fue complementada con la libertad de
decisión del pueblo en su conjunto. De
esta comunidad, librada de la arbitrariedad y la incertidumbre por obra de la
planificación concertada de los distintos intereses sociales, sólo quedarían
recusados los extremos de la exclusión por derecha y del clasismo sectario por
izquierda.
Proyecto idealista y realista, orientado por el
equilibrio de sus valores y principios constitutivos. Idealista, en la
exaltación de una militancia por la justicia social y la promoción de la unión
de los humildes frente a los poderes concentrados. Realista, en el sentido de
proponer una solidaridad efectiva, basada en la gravitación práctica del
interés social compartido. Una filosofía singular del trabajo, equidistante de
los criterios economicistas del capitalismo y del comunismo que, a pesar de sus
visiones opuestas, fueron incapaces por igual de ver al trabajo como bien
cultural y organizador indispensable de la vida material y espiritual de la
comunidad.
De la reconstrucción
nacional a la independencia económica
La realización de la comunidad organizada, ayer como
hoy, exigió el paso previo y monumental de la reconstrucción nacional, para la
generación de una riqueza imprescindible, expoliada por los monopolios, a fin
de imponer la justicia social en vez de repartir pobreza y miseria. En este
aspecto, la década justicialista fue un aluvión de obras de infraestructura
para el crecimiento y desarrollo, y un esfuerzo de vanguardia científica,
tecnológica, educativa y de capacitación profesional y laboral, junto a la
creación masiva de empleo genuino. Digamos, resumiendo, que muchos de sus
grandes logros son “recuerdos del
futuro”, porque indican todavía nuestras asignaturas pendientes.
Este esfuerzo extraordinario y múltiple de conducción
superior, con la concurrencia de especialistas, planificadores y cuadros
políticos y técnicos, descartó y descarta las consignas absurdas sobre la
“autonomía de clase” de la izquierda internacional, que aún no aprende de la
implosión soviética, el pragmatismo chino y la regresión del castrismo a formas
evidentes de capitalismo, después de medio siglo de ensayos frustrados.
Hacia la democracia
económica
En el pasaje de la reconstrucción a la autonomía
posible, no a la utopía autárquica, el papel del Estado en sus tres niveles
-nacional, provincial y municipal- es vital para crear las condiciones de
despegue de un desarrollo integral y sostenido, impulsando la mayor
participación en la cantidad y calidad de la producción. Sin producción no hay
trabajo y sin trabajo no hay inclusión social ni desarrollo humano, en tanto la
política de ayuda y subvenciones tiene el corto plazo del asistencialismo,
además de sus deformaciones y prebendas.
Ahora falta, sin duda, la labor inteligente, selectiva
y transparente de los operadores de las políticas públicas que deben
consensuarse para la transición hacia una democracia económica, que representa
la evolución de la justicia social, que es la acción reactiva ante la
explotación laboral, a la equidad social, que es la acción proactiva tendiente
a inaugurar un sistema de participación plena, para la distribución ecuánime de
esfuerzos, estímulos y recompensas.
Entre otros propósitos, la democracia económica tiene
el gran objetivo de corregir la distorsión existente, agravada por la codicia
desmedida de las corporaciones, entre el avance tecnológico y la situación
social. Es decir, entre el creciente “racionalismo” de los procedimientos
técnicos aplicados a la concentración económica y la especulación financiera, y
el “irracionalismo” del consumo
superfluo y la agudización de las necesidades básicas, en el marco general de
la angustia y el vacío existencial (adicciones, promiscuidad, violencia).
El nuevo desafío de los
movimientos sociales
Si bien el pluralismo ha sido y seguirá siendo la vía
principal del escenario democrático, no es menos cierto que la columna
vertebral del bloque nacional es el movimiento de los trabajadores; escoltado,
de un modo u otro, por varias corrientes que pugnan por tierra, vivienda, apoyo
cooperativo y distintas formas de propiedad social. La democracia económica,
precisamente, pondrá a prueba la capacidad de todas estas formas orgánicas para
pasar de factor de reclamo y presión, a factor de poder y participación en las decisiones
nacionales.
Incluso, importantes dirigentes de la
CGT se han pronunciado ya sobre estos temas anticipados como
aportes de actualización y prédica doctrinaria, porque es el espíritu mismo del
17 de octubre proyectado en el tiempo para la construcción igualitaria de una
prosperidad duradera. Así se ha hablado de “autocrítica sindical”, lo que
consideramos fundamental para estar a la altura de las nuevas exigencias de un
cambio necesario, que tiene que operarse paulatina pero irreversiblemente, para
lograr la coherencia indispensable entre realidad social, valores comunitarios
y práctica militante.
En el plano político, que nos incumbe a todos, el
legado del 17 de octubre se une al mensaje fraterno del histórico regreso de
Perón el 17 de noviembre de 1972: “para un argentino no debe haber nada mejor
que otro argentino”; y al abrazo con sus viejos adversarios para inaugurar la
etapa, interrumpida a su muerte por la dictadura, de la concertación
programática. Esta es la herencia que nos impulsa a superar los prejuicios y
las falsas antinomias, para actuar con éxito en la visión preclara del
continentalismo regional (Mercosur-Unasur).
Hoy, con la seguridad que otorga la resistencia
cultural del peronismo a los intentos del resignificarlo con el modelo
neoliberal o marxista, se abre la instancia de sus nuevas realizaciones como
frente de liberación, inmune a todo sectarismo, aislamiento o confrontación
innecesaria. La enseñanza principal de nuestra escuela de liderazgo, exige que
los grandes triunfos políticos y electorales con vocación histórica se
proyecten estratégicamente en un imperativo de unidad nacional. (17.10.11)
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