30. HACER QUE TODO SIRVA PARA CONSTRUIR
Para que la invocación a la unidad
no resulte un recurso retórico o falaz, hay que contar con mentalidades que
comprendan que realmente tenemos la posibilidad de hacer que todo sirva para
construir. Incluso lo aprendido con los contrastes de la política, si ésta se
relaciona íntimamente con lo más humano de la vida, y se atreve a buscar lo
esencial del bien y la verdad, por encima del comercio electoral y la
corrupción.
Este ideal posible es una categoría
existencial de la política, asumida en la dimensión irreemplazable de los
estadistas, que expresan en sí mismos el don de la estrategia subordinada a la
densidad histórica del tiempo. Es decir, a la vivencia más prolongada de los
grandes valores, que siempre superan los errores y vacíos de lo táctico. Sólo
quienes tienen principios se proponen fines, y pueden corregir el nivel
inferior de lo actuado, en un momento favorable, para ponerlo al servicio
superior del pueblo.
Éste es el sentido con que juzgamos
la necesidad de unión, como una línea demarcatoria entre enfermedad y salud
civil, dirimida en un ambiente crítico de inquietud y tensión. Sabiendo de su
complejidad, que no es reciente sino preexistente, porque hace mucho que nos
sobran “dirigentes” y nos faltan conductores. La conducción es aquella cualidad
que se agranda con la toma de conciencia, no con el gesto caprichoso, y crece en su voluntad de hacer,
sin caer en la codicia angustiosa de poder, que autodestruye.
Nada es más importante que recuperar
la confianza en nosotros, proyectada en el espíritu nacional, por ser un
concepto vital que se ha dañado. Ya que el desánimo trae más desánimo, hasta la
hora culminante del reencuentro, que lo es con nuestro destino y la
potencialidad que nos plantea. Tarea pendiente que demanda imaginar
positivamente el futuro, y dar el ejemplo en el presente con inteligencia y
sinceridad.
El fin de los relatos y modelos
esquemáticos urge la iniciativa para el desarrollo económico y el progreso
social, sin prejuicios ideológicos. Con tal propósito, es preciso concertar un
plan de trabajo concreto, con una articulación orgánica y técnica capaz de
superar la fragmentación actual. Prólogo, a su vez, del ingreso a un nuevo
ciclo fortalecedor de los espacios regionales descuidados por un centralismo
inútil.
El soporte humano de esta iniciativa
supera los formatos partidarios, que están por igual en crisis de identidad,
abarcando sin embargo una amplia reserva de cuadros sociales, técnicos y
profesionales. Estos cuadros, sin desconocer sus raíces, responden a un impulso
que trasciende la puja de las ambiciones desmedidas y las agrupaciones
cerradas, propias de una disolución tan anunciada como lamentable.
La decisión depende así de una
actitud operativa, nucleada en torno al conocimiento y la idoneidad como
sinómino de eficacia; la cual requiere amalgamar esfuerzos de diversas fuentes.
Una planificación compartida que canalice la adaptación de la auténtica militancia,
pasando de lo homogéneo a lo heterogéneo, para restaurar la convivencia y
aceptar la alteridad; pues cada uno es parte de la proximidad de otro,
aunque piense diferente.
El plan contiene el marco orientador
de quienes quieren vencer la rutina desganada del “no se puede” y la vía muerta
del individualismo apático, indiferente a la comunidad. Pero la tarea
solidaria, que es la alternativa correcta, tiene una condición ineludible para
no pecar de ingenua. Exige clarificar la prioridad y continuidad de las metas
prometidas, para controlar democráticamente el cumplimiento de los programas, y
no reiterar la malversación de
expectativas y recursos, cuando ya no hay margen de paciencia social. [6.10.15]
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